Día del Señor 2:
Catecismo Hispano 2025 – Para el Reino de Cristo
En el camino de la crianza bajo el Pacto de Gracia, hay un momento crucial en la vida de nuestros hijos que no debemos evitar ni suavizar: el momento en que descubren su miseria. El Catecismo Hispano, en su Día del Señor 2, nos lleva allí con firmeza y ternura. Nos recuerda que el conocimiento del pecado no es una carga injusta, sino un regalo divino para la comunidad del Pacto. ¿Cómo conoce el hijo su miseria? Por la Palabra-Ley de Dios (Rom. 3:20). Es la ley la que despierta la conciencia y confronta el corazón con su realidad caída. Pero esta confrontación no es el fin, sino el comienzo de la verdadera formación cristiana.
Como padres, no debemos temer enseñar la ley ni exponer la incapacidad natural de nuestros hijos para guardarla perfectamente (Ef. 2:3). Lo hacemos no para aplastarlos, sino para llevarlos a Cristo bajo este Pacto de gracia, el único que amó perfectamente al Padre y al prójimo, y lo hizo en lugar de nosotros. En cada reprensión paciente, en cada instrucción fiel, estamos labrando el terreno donde el Evangelio germina. La ley revela su miseria, pero también los dirige siempre al Mediador proclamado en los Credos: el Hijo eterno, verdadero hombre y verdadero Dios, “igual a nosotros en todo, excepto en el pecado” (Calcedonia).
Por eso, cuando enseñamos a nuestros hijos los Mandamientos, no solo les mostramos lo que deben hacer, sino lo que Cristo ya hizo. Les enseñamos que no pueden amar a Dios por sí mismos, pero que en Cristo reciben un nuevo corazón y una nueva vida para Su Reino. Que no pueden cambiarse a sí mismos, pero que el Espíritu del Padre y del Hijo los regenera según la Promesa del Pacto.
La fe confesada en el hogar—“Creo en Dios Padre Todopoderoso…”—no es solo liturgia, es vida. Es el marco seguro desde donde el niño puede llorar por su pecado, y al mismo tiempo correr a los brazos de su Redentor, el Señor Jesucristo. En la familia pactual, la ley no es látigo, es maestro (Gál. 3:24); la disciplina no es ira, es gracia; y la instrucción no es moralismo, sino preparación para la cruz.
Que Dios les dé sabiduría para formar no solo la conducta de sus hijos, sino sus afectos, su conciencia, y su esperanza siempre en Cristo. La Ley revela su miseria, pero el Evangelio forma su nueva identidad en Cristo.