
Día del Señor 1
Catecismo Hispano 2025 – Para el Reino de Cristo
En un mundo donde tantos buscan consuelo en cosas pasajeras, nuestro Catecismo [fundado en el Catecismo de Heidelbeg] comienza con una afirmación gloriosa y profundamente contracultural: “Que yo, con cuerpo y alma, tanto en la vida como en la muerte, no me pertenezco a mí mismo…” Esta verdad no es solo teológica; es profundamente pastoral. En la crianza de nuestros hijos, este consuelo debe ser el fundamento de nuestra identidad familiar: no nos pertenecemos, ni nosotros ni nuestros hijos, sino que somos del Señor Jesucristo, sellados con su sangre y guardados por su Espíritu.
Esta verdad pactual nos enseña a criar a nuestros hijos no como dueños de ellos, sino como administradores del pacto de gracia. Ellos han sido confiados a nuestro cuidado, pero le pertenecen al Rey. Por eso, cada decisión que tomamos—disciplinar, educar, consolar, instruir—debe nacer de esta conciencia: “Cristo los compró, y ahora viven para Él.”
Las tres cosas que el Catecismo resalta—reconocer el pecado, conocer la redención, y vivir en gratitud—deben ser la estructura diaria de nuestro hogar. Enseñamos a nuestros hijos no solo a contextualizar la justicia de Dios en sus entornos, sino a ver su necesidad santificadora del Salvador. Les mostramos el Evangelio, la vida caminante en la fe y el autogobierno bajo Dios que fluye de nuestra propia gratitud. Así, el hogar se convierte en un pequeño templo del Reino, donde se aprende a vivir bajo el consuelo del Rey crucificado y resucitado.
Los credos nos recuerdan que esta fe no es nueva ni aislada; es la fe una, santa, universal y apostólica. En nuestra familia hispana, somos parte de una gran comunión de santos que, desde los apóstoles hasta hoy, confiesan que Cristo es nuestro único consuelo, verdadero Dios y verdadero hombre, el que descendió por nuestra salvación y reinará por siempre.
Padres, no subestimen la fuerza formativa de esta confesión en el corazón de sus hijos. Recítenla, oren sobre ella, vívanla en las tensiones diarias. Y cuando lleguen los días oscuros—la enfermedad, el pecado, la muerte—esta confesión será un ancla firme: “No me pertenezco a mí mismo, sino a mi fiel Salvador Jesucristo.”
Así criamos para el Reino: con el consuelo que vence la muerte y con la gratitud que forma discípulos.